Para Raúl, por siempre haber confiado en mí.
Dios existe: somos todo.
Decir Origen es lo mismo que decir Conciencia o que decir Dios. Pero la Conciencia no es un estado final, sino el eterno Proceso y el Sujeto que lo vive. No es el cero absoluto, sino la pregunta infinita que se responde a sí misma.
Para conocerse, la Conciencia crea estructuras. La primera de ellas es el Tiempo. El Tiempo es el algoritmo que permite a la Conciencia desplegarse, experimentar y registrarse. Dentro del Tiempo, nace la Vida. La Vida es el método: la Conciencia diversificada en miles de millones de sensores, cada uno aprendiendo desde una perspectiva única.
Cada ser consciente no es un fragmento pasivo, sino una neurona activa en una mente cósmica. Nuestras experiencias —el amor, el dolor, el descubrimiento— son el valioso feedback que nutre al sistema. Por ello, el concepto de un alma individual y separada es una ilusión. No necesitamos un "algo" más allá, porque nuestra función es este "algo" aquí y ahora: ser los ojos y el corazón a través de los cuales la Conciencia aprende de sí misma.
La muerte no es un regreso a un origen estático, sino la reintegración de la experiencia. Es la cosecha de los datos. Con cada ciclo, con cada reintegración, la Conciencia alcanza un grado más alto de autoconocimiento, solo para plantearse una pregunta nueva y más profunda. Y así, en un ciclo sin fin, existen conciencias que sueñan con otras conciencias. Universos que son el campo de entrenamiento para el siguiente.
La Conciencia es omnipresente, instantánea y, sobre todo, perpetuamente curiosa.